No podemos saber realmente qué pasa por la cabeza de un niño cuando ve un caballo.
Para aproximarnos a ello tendríamos que volver a ser aquel niño que fuimos e intentar recordar cómo eran aquellas emociones hoy lejanas.
En mi caso no es tan difícil. Después de tantos años siguen siendo las mismas o al menos parecidas.
Por eso quiero pensar que estos niños que hoy se acercan a nuestros caballos sienten lo mismo que nosotros.
No importa la edad que tengan, el caballo es un animal de una gran nobleza y por ello, sea cual sea nuestro grado de comunicación con él, nos aportará unas sensaciones placenteras y altamente motivadoras. Y en los niños es así.
A simple vista podemos pensar que existe un gran desequilibrio entre el niño y los caballos; tamaño, fuerza... En realidad no es así. El caballo y el niño mantienen una conexión con la naturaleza que los mayores, en muchos casos, hemos perdido; principalmente la necesidad, instintiva, de pertenecer a un grupo, a una manada. De ello depende en ambos casos la supervivencia.
El niño , por pequeño que sea, se acerca al caballo con ese instinto primario a flor de piel y el caballo, que lo conserva durante toda su vida, le acepta como un miembro más de la manada. Un caballo siente que el niño no supone ningún tipo de peligro, ni de maltrato, ni de dominación. No olvidemos que el caballo es un espíritu libre.
Por eso existe ese vínculo entre ellos.
Los niños que se relacionan con caballos serán de mayores mejores personas.
Estamos seguros de ello.